En La Higuera (Bolivia), 47 años después: el Che ha muerto

Publicado: 09/10/2011 en El Chef ha muerto

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El 9 de octubre de 1967, a la 1.10 de la tarde, en la escuelita de un pequeño pueblo boliviano llamado La Higuera, murió Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Ahora, 47 años después, este pueblo enclavado en una árida y escarpada sierra, sigue siendo casi igual de inaccesible que entonces. Doce horas de conducción desde Sucre por carreteras de tierra (algunas de ellas destruidas por riadas), se puede llegar a lo que ya han bautizado para los turistas, mitómanos y curiosos como “La ruta del Che”. En el pequeño pueblo todas las casas tienen la cara del Che dibujada. En los dos albergues y en el único bar-venta (o chigre como dirían los asturianos), también está su foto. Una escultura enorme con la mano alzada con un cigarro puro entre los dedos y un busto tremendo al lado de una cruz, en medio de la plaza. En una esquina, la nueva escuelita. Originalmente era de barro, pero se demolió y ahora está construida en ladrillo. Ya no es escuela, sino un mini-museo para recordar al personaje. Mari vive al lado, en una casa de adobe. Con un niño colgado de la teta, abre la puerta del mausoleo-museo y cobra los diez bolivianos (un euro y medio aproximadamente) por entrar. Frases de turistas, forofos y admiradores están pegadas en las paredes, junto con copias de fotos y de mapas de los militares bolivianos, que con la ayuda de los ranger americanos dieron caza al Che. Desde La Higuera se puede observar la amplitud de esta sierra boliviana atravesada por el río Grande. También se puede casi atisbar el cañón donde fue apresado el Che por casualidad, el Yukos. Cuenta la historia, que tras escapar con un guerrillero con una herida en el pie y tras remontar una colina se encontró de bruces con dos militares bolivianos y uno americano que cuidaban un mortero. El guerrillero tuvo que anunciar a quién llevaba a rastras: “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar!”. Pero el respeto es un bien preciado, casi más que la vida. El Che escribió en sus diarios durante la revolución cubana: ”En este afanoso oficio de revolucionario, en medio de luchas de clases que convulsionan el continente entero, la muerte es un accidente frecuente”. En sus diarios de Bolivia, escribió: “He llegado a los 39 y se acerca inexorablemente una edad que da qué pensar sobre mi futuro guerrillero; por ahora estoy entero”. Y así murió, con entereza. Según la biografía escrita por Paco Ignacio Taibo II (y que ha sido mi guía de viaje desde México hasta Bolivia, donde concluí su lectura) antes de morir alentó al propio militar al que dijo: “Póngase sereno, usted va a matar a un hombre”. Lo que no sabía el militar que lo mató es que hizo nacer con más fuerza un mito. Un mito que se refleja en gorras, pantalones, tatuajes y en fotos que cuelgan de casas, como la estampita de un santo. 44 años después, unas niñas bolivianas me preguntan si el libro que llevo en las manos es una biblia. Y es que además de lo voluminoso de su biografía, quizás haya algo de eso. Y sólo es ya un nombre del que se olvidaron sus predicaciones. Tras el paseo por la Higuera, es inevitable tener la boca seca. Toca tomar una cerveza. En la venta-bar-chigre me dan una lata. Les pido alguna “fría”. “Señora, no hay”. “¿No funciona la fresquera?”. “Es que no hay electricidad”. “Ah…¿y desde cuándo?”. “Hace más de un mes”. “Ah…, ¿y no han pedido que la arreglen?”. “Bueno, ya sabe”. Y mientras en La Higuera esperan, en Valle Grande, donde fue enterrado en una fosa común, de la que se extrajeron los restos en el año 1997 para ser trasladados hasta Santa Clara en Cuba, organizan un encuentro de expertos para conmemorar el aniversario de la muerte del Che, en medio de un país convulso unido por la lucha contra la carretera que quiere atravesar el TIPNIS. Cualquier detalle de la vida del Che puede ser revelador. Para mí, también lo ha sido desde la comida. Sus ataques de asma le impedían comer desde que era niño, pero cuando estaba bien devoraba. Alguna vez intentó hacer un asado argentino, pero hasta él mismo admitía que no era lo suyo. En su vida de guerrillero, la lata de leche condensada no lo abandonaba, pero tampoco el café amargo, ni el mate, que su tía Beatriz incluso conseguía enviarle desde Argentina hasta la Sierra Maestra. Días sin comer y de un desgaste físico y psicológico atroz, eran seguidos de comilonas de puerco asado con maíz, que suponían la indigestión total para la tropa. En Bolivia, el charque (carne seca al sol) y sus gusanos, eran uno de los platos principales, junto con la carne de los caballos que irremediablemente tenían que sacrificar para combatir el hambre. Un ejemplo de fortaleza. Y sea como sea, la fortaleza de este hombre, como la de Gandhi a quien admiraba pero con quien no compartía la no-violencia (según el Che en América Latina era imposible hacer una revolución sin armas) sigue siendo inspiradora. Confío en que la Historia nos provea de nuevos “mitificables” que prediquen con la acción, porque, irremediablemente, el Che ha muerto.

(Actualizado el 8 de octubre de 2014)

comentarios
  1. […] Entre los manifestantes, Víctor, un joven estudiante de Psicología, de pensamiento trotskista, quien aseguraba que el pueblo boliviano está nuevamente al borde de la revolución. Según Víctor, Evo es un “capitalista vestido de indio”, como lo ha demostrado con el “gasolinazo” (la subida del precio de la gasolina) y con la propia idea de construir esa carretera cuando las infraestructuras de todo el país son completamente insuficientes y ni siquiera están asfaltadas, como por ejemplo el trayecto entre Potosí y Uyuni (uno de los centros mineros más potentes del país y ciudad de gran atractivo turístico por su salar). Desde luego, tampoco lo están en localidades extremadamente alejadas como La Higuera, donde murió el Che Guevara. […]

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